Otra lectura de Efesios 2,1-10.
Todo el texto de Efesios 2,1-10 queda sintetizado en poco más de un
versículo, concretamente en las frases: “porque por gracia sois salvos por
medio de la fe; y esto no es de vosotros, pues es don de Dios. No por obras,
para que nadie se gloríe”. Donde destacan cuatro palabras sobre las que
parece pivotar toda la reflexión: gracia, salvación, fe y obras. Las
interpretaciones que se hacen de este texto son diversas ya que cada una de
ellas nace de una pregunta distinta, y por tanto, da prioridad a una de estas
palabras sobre las otras tres.
Si nos acercamos a la experiencia de la comunidad del silgo I donde nació
el texto que estamos leyendo, la pregunta que parece decisiva para el autor es:
¿Quién se salva? Si los judeocristianos afirmaban que además de la fe en Jesús
era necesario formar parte del pueblo de Dios, del judaísmo, y que había que
cumplir la Ley; los seguidores de Pablo, como el autor de este libro, afirmaban
que Jesucristo había roto la barrera que separaba al pueblo de Israel del resto
de la humanidad. Dios ,
mediante Jesucristo, había reconciliado al mundo con Él, por eso no hacia falta
que los paganos tuvieran que hacerse judíos y cumplir todas sus leyes. En
resumidas cuentas: todo el mundo podía salvarse por medio de Jesucristo.
En el siglo IV Agustín, que había rechazado en principio el cristianismo
con el que su madre le había educado, había pasado gran parte de su vida
dejándose llevar por sus pasiones y buscando un sentido para su existencia. En
esta situación se hace la pregunta: ¿Cómo puedo salvarme? Una pregunta que en
aquel momento el Pelagianismo responde diciendo que depende de lo que él haga,
y el Maniqueísmo diciendo que no hace falta que haga nada que todo depende de
la voluntad divina. Ante esa tesitura Agustín acaba encontrando la respuesta a
su pregunta afirmando que hay un camino intermedio: Aunque el ser humano es
libre, el pecado original lo limita y le impide hacer el bien, por eso es
necesaria la gracia de Dios que le permite recuperar el dominio perdido sobre
él mismo.
En el siglo XVI Lutero, un joven al que le acompañaba el temor a un Dios
castigador buscaba también la salvación, para ello era capaz de autoflagelarse
buscando la reconciliación con Dios. Las propuestas que le ofrecía su entorno
para encontrar la salvación era el sufrimiento o el pago de las indulgencias
que le evitarían una eternidad en el purgatorio o el infierno. Ante esta
experiencia Lutero también se pregunta: ¿De qué he de salvarme? Y lo tiene muy
claro, tiene que salvarse del infierno que lo atormenta, de la imposición
caprichosa de la iglesia, del poder de un papa inquisitorial.
Dietrich Bonhoeffer en el siglo XX vivió en un momento en el que el nazismo
se apoderó de la sociedad alemana. La iglesia evangélica alemana, a la que
pertenecía, simpatizó con el nazismo y él, junto a otros cristianos y
cristianas se separan y crean la Iglesia Confesante.
En este contexto Bonhoeffer se pregunta: ¿Para que sirve la
salvación? Y su respuesta es clara: la salvación necesita concretarse en obras
que se opongan al nazismo y sean capaces de abrir espacios donde todas y todos
puedan vivir, también quienes no son como yo.
Cuando una persona es capaz de leer este texto desde su experiencia, el
texto puede recobrar vida. Cuando somos capaces de leer desde nuestra
situación, nuestras preguntas, miedos o alegrías, el texto bíblico puede
convertirse en un lugar de revelación. Es desde esta convicción que me
pregunto, y os animo a preguntaros: ¿Cómo puedo relacionar en mi experiencia
conceptos como gracia, salvación, fe y obras?
Salvación
¿De qué hemos de salvarnos? Si una persona jamás ha tenido necesidad de
salvarse de algo, es evidente que este texto sólo lo podrá leer a nivel teórico,
pero no entenderá nunca lo que se está diciendo en él.
Si la respuesta que damos parte de una experiencia personal, imagino que la
mayoría de nosotros puede dar una o varias respuestas claras a esta pregunta,
sólo hace falta que pensemos en los momentos en los que nos hemos sentido
oprimidos, en los que nos faltaba el aire, la vida. Después ,
podemos analizar cuales eran las razones, los mecanismos, que producían esta
situación opresiva. La salvación siempre es concreta, no teórica. La mayoría de
personas LGTBI podemos decir por ejemplo que la heteronormatividad ha sido el
poder que nos ha producido, y sigue produciendo, opresión y angustia, y que es
sobre ella sobre la que necesitamos salvarnos.
Pero la salvación no tiene únicamente una dimensión individual, de hecho la
salvación debe ser colectiva para ser real. No nos libraremos de la homofobia
solos, auque se necesita de nuestra determinación, acabar con la homofobia es
una tarea de todas y de todos. Y esto no ocurre sólo con la homofobia sino con
cualquier opresión. Nuestra sociedad entiende a menudo la salvación como una
lucha de unos contra otros, mi salvación es la opresión de otros seres humanos,
mi salvación es negación de otras salvaciones. Pero cuando en el cristianismo
hablamos de salvación, hablamos de la salvación de todas y de todos, para todos
y para todas.
¿Para qué hemos de salvarnos? Esta es otra de las posibles preguntas. Si no
queremos vivir, si estamos bien tal y como estamos ahora, cualquier mensaje
sobre salvación no dejará de ser un discurso falso. Quien no es consciente de
que necesita ser liberado, no busca la salvación. Muchas
personas LGTBI buscan amor, aceptación, comprensión... pero no buscan
salvación. Están dispuestas a aceptar la discriminación que existe en sus
familias, su trabajo, su iglesia, mientras no se las rechace de una manera
directa. Aceptan la homofobia porque no son capaces de creer que merecen ser
salvados, merecen ser libres, merecen ser tratados como cualquier otro ser
humano. Queremos la salvación para vivir con dignidad.
Gracia
La gracia es un acto de amor de Dios hacia nosotros que muestra su
inequívoca voluntad de salvarnos. No son nuestros méritos, buenos o malos, los
que justifican la voluntad divina de salvarnos. La gracia muestra el trato
misericordioso de Dios hacia nosotros no por lo que valemos o por lo que
hacemos, sino por el amor incondicional de Dios hacia nosotros.
Los evangelios hablan de esta gracia de Dios manifestada en Jesucristo.
Cuando la gente que necesitaba salvación se acercaba a Jesús para pedírsela, él
les liberaba, les daba vida. Nunca era una acción legal que valoraba los
méritos de la persona oprimida. Era por misericordia, por pura gracia.
La gracia nos habla de un Dios que no quiere nuestro sufrimiento. No tienen
sentido las teologías que predican el sufrimiento, tampoco el aceptar
resignadamente la
opresión. Quienes nos piden en nombre de Dios que entendamos
la homofobia, que aceptemos la homofobia de baja intensidad, no nos está
hablando del Dios de la
gracia. La gracia nos muestra a un Dios que sufre con
nosotros y que está decidido a liberarnos. Nuestra fe, para ser fe cristiana,
no puede estar puesta en un Dios castigador o defensor de la opresión, sino en
un Dios que tiene la firme voluntad de liberarnos y de salvarnos.
Nuestra esperanza es vivir plenamente, y para eso hemos de denunciar y no
aceptar todo aquello que nos resta, que nos limita. Quien nos pida aceptar la
opresión, cualquier opresión, en nombre de Dios, no nos está hablando del Dios
de la gracia.
Fe y obras
Muchas veces se ha percibido estas dos palabras como antagónicas: ¿Nos
salvamos por fe o por obras? El autor de Efesios no está hablando con esta
lógica, cuando hablaba de obras se refería a la Ley que los judíos seguían.
Eran el pueblo escogido y tenían que ser fieles a la voluntad divina que se
reflejaba en la Ley que Dios les había dado. Por esta razón cuando los paganos
se convertían al cristianismo (todavía dentro del judaísmo), hubo una tensión.
¿Tenían que cumplir la Ley o no? Pablo y sus discípulos pensaban que no, y esa
es la reflexión que encontramos en el libro de Efesios. Aquí no se está negando
la importancia de la Ley, pero se está diciendo que lo que rompe cualquier
barrera entre judíos y paganos es la fe en Jesucristo.
Hay muchas leyes buenas, tenemos criterios útiles para distinguir lo que es
bueno y lo que no lo es, muchas veces criterios basados en el texto bíblico,
otras en lo que nuestra sociedad ha ido aprendiendo a lo largo de su historia.
Pero por encima de todo eso está la fe en aquel que quiere nuestra salvación.
Una fe que no se basa en la creencia o afirmación de unas teologías
determinadas, o unos planteamientos políticos o sociales, sino en poner la
esperanza en un Dios que quiere salvarnos a todos. Y para eso tenemos que
trabajar, tenemos que movernos y arriesgar, como todo el mundo que de verdad
quería ser liberado ha hecho a lo largo de la historia.
En la Biblia la fe no es algo intelectual, es una forma de vida, una manera
de moverse por ella. Recordad que “gracias a la fe Abraham obedeció y
se fue hacia el país que tenía que recibir en herencia... gracias a la fe Moisés abandonó el
país de Egipto sin temor a la indignación del rey... gracias a la fe, Rahab la
prostituta, que acogió en paz a los exploradores, no murió con los que se
negaron a creer...”
Cada uno ha de buscar formas y caminos que le permitan liberarse y liberar
a los demás. Como comunidad cristiana también lo hemos de hacer. Es nuestra
responsabilidad, lo que se espera de nosotros. No hay soluciones fáciles ni
mágicas.
A modo de conclusión
No todas las salvaciones que esperamos llegaran pronto, pero la gracia de
Dios nos acompaña, su voluntad de liberarnos. Si tenemos fe, si nos movemos no
por la ley, o la tradición, o la verdad, sino con la determinación de acabar
con todo aquello que nos oprime a nosotros, y también a los que están a nuestro
lado; entonces podremos sentir en nuestra vida que tiene sentido el texto que
hemos leído: “porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no es
de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe”. La
salvación definitiva de Dios se puede ver, se percibe cada día a nuestro
alrededor, por la fe de las personas que han decidido no dejarse vencer por la opresión. Sea esta
del tipo que sea.
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